viernes, 28 de enero de 2011

Vivencias en bicicleta

   Manuel por fin se compró una bicicleta, era roja y estaba muy entusiasmado por salir con sus amigos para estrenarla. Ese viernes por la noche arregló con Sebastián y Jesús para salir a La Caldera, el punto de encuentro iba a ser la plaza del barrio a las 08:00 de la mañana. Decidieron qué almorzarían y se fueron a dormir temprano. A la hora acordada se reunieron los tres para emprendier viaje, llegaron hasta Vaqueros rápido, sin problemas, pero Jesús que tenía un poco más de experiencia sabía que los esperaba una subida muy empinada y dura para las piernas. Se plantearon su primer desafío, no pararían hasta completar la subida, no se bajarían de sus bicicletas por nada. Los tres sintieron que completar ese exigente tramo les tomó media mañana por lo larga y agotadora que fue, pero lograron su objetivo.
Llegaron hasta La Caldera tras recorrer una ruta llena de curvas y autos, estaban contentos por haber completado el trayecto, entraron al pueblo para buscar un lugar donde descansar pero después de dar muchas vueltas sin encontrar algo que los convenciera decidieron ir más lejos. Sacaron fuerzas de sus ganas de aventura y retomaron la ruta que llegaba hasta un dique, en mitad de camino encontraron un desvío que bajaba hasta el río pero se veía inundado, no parecía nada firme, entonces Sebastián tomo la posta decidiendo investigar el camino. A los gritos de -¡Calamares, calamares!- empezó a
llamar a sus amigos que asombrados se miraron y pensaron en lo mismo -¿Calamares en el río?-, rápidamente bajaron encontrando a Sebastián absorto en su descubrimiento, cuando llegaron al río empezaron a reír desaforadamente, Sebastián, sin entender porqué, pedía explicaciones pero le devolvían más y más risas hasta que agotados ya le explicaron que lo que había encontrado no eran calamares sino cangrejos, fue tal la cara de desconcierto que puso que las risas volvieron a empezar.
Decidieron almorzar en ese lugar, estaban solo los tres y una tranquilidad única que los animó a meterse al río. El agua estaba tibia por el sol, el sonido del viento en los arboles generaba un ambiente embriagador al punto que cerraron los ojos para sintir como la paz se adueñaba de sus cuerpos, la corriente se llevaba sus problemas y el agua limpiaba sus almas. De repente, sin saber porqué abrieron los ojos los tres al mismo tiempo encontrando el lugar totalmente cambiado, lleno de gente que nunca escucharon llegar, hasta el cielo era diferente, ahora estaba nublado y empezaba a lloviznar. El mal tiempo los obligó a subir a sus bicicletas para emprender el regreso, ya cansados de pedalear y relajados por el río agradecieron que la ruta de vuelta fuese casi por completo en bajada.
El regreso fue veloz pero después de estar todo un día arriba de la bicicleta el asiento empezaba a sentirse íntimamente molesto pero nadie se quejaba, hasta que Manuel ya entrando al barrio dijo -¡Ya no aguanto más este asiento!- a lo que Jesús muy directa y abiertamente respondió -¡Y eso que vos no tenés un grano en el culo!-. Después de eso no pudieron dejar de reírse como por dos días.
Esta es una historia de amistad, de risas, de esforzarse para lograr las metas que uno se ponga por más pequeñas que parezcan, de animarse a llegar más lejos y de todas esas cosas que hacen de este mundo el lugar mágico que es. Pero sobre todo es una historia de aguante, ¡porque hay que tener aguante para pedalear hasta La Caldera ida y vuelta con un grano en el culo he!

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